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Por qué existen países pobres y países ricos

Por Silvia Valerga (*)

En el norte de Europa los pastores aconsejaban a los fieles solo traer al mundo los hijos que podían educar. Así los ricos tenían muchos hijos y los pobres se limitaron a uno o dos, como máximo.




Ante la pregunta de por qué la diferencia entre países ricos y pobres que un alumno de la carrera de Economía en La Sorbonne, de París, le formulaba a su profesor de Teoría de Sistemas, la respuesta fue: “tienes que leer a Weber”.

Cuando Karl Marx moría a los 65 años en 1883, dejando en su obra El Capital, la teoría socialista basada en las contradicciones del capitalismo, otro pensador alemán, Max Weber, que estaba por cumplir 20 años se preparaba al estudio de la economía y la política.

En 1905 Weber publica su última obra “La ética del protestantismo y el espíritu del capitalismo”, que lo consagra como el filósofo que clavó un puñal en la teoría marxista, sin haber cuestionado ni discutido jamás con el padre del socialismo.

La tesis de Weber es que “el mundo protestante es más exitoso económicamente que el mundo católico gracias al influjo de la religión que influyó en cada uno de sus individuos con el mandato de amor al trabajo, honradez, ahorro y un apego permitido a lo material, algo que el catolicismo solo supo predicar los domingos pero no controlar ni inculcar en la cotidianeidad de su pueblo. El énfasis protestante no está en la confesión sino en la conducta: trabajo, pureza, no alcohol, no fiestas, si familia, si ahorro”.

Pero al prologar la edición española de ISTMO en 1998, el profesor de la Universidad de Murcia, José Luís Villacañas, asegura que la teoría de Weber no se basa en una misión religiosa global, sino que construye una ética política que conecta lo social y lo público con la economía. Se basa en la idea de Weber que dice: “el espíritu del capitalismo occidental no hay que buscarlo en el afán de riqueza, ni en el consumo suntuario, ni en alianzas con administraciones del Estado, sino en un tipo humano que eleva su conducta al trabajo racional, calculado, coherente y obstinado con la que el cristiano busca la salvación”. La conclusión es que el espíritu del capitalismo era el trabajo.
Villacañas analiza cuando Weber asumió que el Estado debía intervenir en la vida económica para salvar los valores éticos y culturales cuando las castas de nobles terratenientes oprimían a los campesinos del Este del Elba, en Alemania, provocando la emigración hacia las ciudades. Sus puestos son ocupados por inmigrantes polacos, que dada su cultura católica de sometimiento al dogma, eran capaces de resistir condiciones sociales de vida más penosas, mayor natalidad, menor nivel de vida cultural y de responsabilidad, sumado al nulo sentido de la libertad. Esto implicaba un peligro para la cultura social alemana.

Si en estos tiempos, las multinacionales Nidera y Monsanto emplearon mano de obra esclava reclutada en Santiago del Estero por otra transnacional, Ruralpower, para la defloración manual del trigo, nada ha cambiado y el feudalismo se ha mimetizado en el capitalismo, ejerciendo la explotación de ricos sobre pobres como antes lo hicieron las castas parásitas de los nobles sobre la plebe campesina.

El capitalismo que hace un siglo propuso Weber, tiene como modelo actual a los que aun están a salvo de la crisis europea. Son Holanda y los países nórdicos, Suecia, Noruega y Dinamarca, gobernados durante décadas por la socialdemocracia y aunque la Iglesia ya no es preponderante, conservan el espíritu calvinista de la responsabilidad por el trabajo y la austeridad, con el mandato que los pastores inculcaron a los fieles, con insistencia, sobre la responsabilidad empresaria y de que solo hay que traer al mundo los hijos que se pueden educar.

(*) Publicado en accesoglobal.info

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