Política

De vacunas y malas leches

Por Emilio Zola

Especial para El Litoral

Las vacunas contra el coronavirus entraron al centro de la polémica mucho antes del escándalo desatado por el vacunatorio VIP en el Ministerio de Salud de la Nación, embarazoso episodio que el periodista Horacio Verbitsky reveló con la indolencia de una charla de café. “Lo llamé al ministro, me dijo que vaya y me vacuné”, relató el excolumnista de Página 12 en una entrevista radial que empujó a su amigo Ginés González García al incinerador.

La promesa del presidente Alberto Fernández era comenzar con la vacunación en 2020 y así lo hizo. Al filo del fin de año llegaron las primeras Sputnik-V y la aplicación comenzó por el sector más expuesto al virus: los trabajadores del sistema de salud que enfrentaron la pandemia en la trinchera de los hospitales.

Pero las ráfagas de barlovento no tardarían en llegar. Resulta que el compuesto desarrollado por el Instituto Gamaleya fue tachado de inseguro por su origen ruso y las suspicacias más recelosas supuraron en las noticias. Elisa Carrió habló de un negocio espurio de CFK con el Soviet residual. Tras cartón, advirtió sobre el peligro de un envenenamiento masivo, mientras Eduardo Amadeo denunció una selección ideológica según la cual Alberto y Cristina preferían una fórmula gestada en la antigua Unión de Repúblicas Socialistas sólo porque sus prejuicios les impedían negociar con las naciones “imperialistas”.

A las corrientes de opinión antivacuna se sumaron numerosos referentes opositores y hasta exponentes del arte, la cultura y el espectáculo encolumnados en una recidiva doméstica de Guerra Fría que demonizó la fórmula “comunista”, sin recordar que la Perestroika fue en 1985 y que el capitalismo de McDonalds desembarcó en la Plaza Roja allá por 1990.

Las sospechas sembradas por los detractores de la vacuna Sputnik llevaron a miles de argentinos a dudar e incluso a rechazarla, mientras los casos de covid continuaban en alza. Hasta que las figuras más racionales de Cambiemos comprendieron que debían desmarcarse de la ola conspiranoica para contrarrestar la mala leche con que tantas personalidades de la constelación lenguaraz habían obrado en una evidente campaña de politización sanitaria que sólo llevaba agua para el molino antagonista.

Mala leche. Esa antigua definición que en la Edad Media explicaba la transfiguración que sufría aquel niño amamantado por una nodriza ruin, es la figura más asertiva para calificar el afán disruptivo con el que la pléyade hesitadora buscó mellar el vínculo de confianza entre los órganos de control sanitario y la ciudadanía.

El objetivo de desahuciar a tantos abuelos se logró en las primeras semanas, pero de pronto apareció el exministro de Salud de la gestión anterior, Adolfo Rubinstein, para asegurar que la vacuna era fiable y que se la aplicaría “ni bien me lo permitan”. A los pocos días, el gobernador de Corrientes, Gustavo Valdés, puso literalmente el hombro para predicar con el ejemplo.

Valdés, radical, aliado de Cambiemos, estandarte de la nueva generación de políticos que vienen a saciar el apetito renovador de una sociedad cada vez más pirrónica, contrarió a los popes de la oposición nacional con una demostración pública de confianza que no se redujo al pinchazo para la foto, sino que transparentó la evolución orgánica de su sistema inmune a través de comunicaciones oficiales.

Después de que el mandatario se vacunara, la página oficial para solicitar turnos comenzó una escalada sorprendente. Primero cientos de personas y luego miles, se inscribieron ante la evidencia de que por allí iba el camino hacia el fin de la peste. Y todo eso mucho antes de que la renombrada revista científica “The Lancet” ratificara que la composición diseñada en Eurasia era tan o más eficaz que sus homólogas occidentales.

La actitud de Rubinstein y la acción de Valdés contribuyeron a neutralizar la mala leche para apaciguar su consecuencia social más dañina: la mala sangre que los sectores más vulnerables padecieron a partir de la llegada de los primeros lotes moscovitas, con abuelos sumidos en el dilema falaz de morir por el covid o morir por los efectos de la vacuna contra el covid.


De la mala leche a la mala sangre. Los extremos de un péndulo farsante que primero metió miedo con la ponzoña rusa y después, cuando se le agotaron los argumentos, buscó trepanar el pensamiento público con el fantasma de un plan sistemático para privilegiar a ricos y poderosos con dosis birladas al personal sanitario y a los grupos de riesgo.

Injustificable fue el garito de vacunación para entenados que funcionó al amparo de Ginés, pero de allí a que en cada provincia, en cada municipio y en cada rincón oficial exista una maquinaria urdida para traficar vacunas como si se tratasen de cigarrillos Rodeo hay una distancia que va de la imaginación frondosa a la intencionalidad procaz, en un año electoral en el que todo vale para sacar ventaja, aunque el costo de esas campañas negativas impacte en la conciencia social hasta el extremo del agnosticismo masivo.

De mala leche fue la versión aventada por la intelectual Beatriz Sarlo cuando instaló el libelo de que alguien le había ofrecido vacunas bajo la mesa. La justicia actuó oportunamente al citarla para que acreditara su denuncia y la superchería se desmoronó en cuestión horas, pues no hubo ofrecimiento pecaminoso sino una invitación a transformarla en pionera de la vacunación en los tiempos (no tan lejanos) en que cundía la estratagema desdorosa.

El blanco político de la operación “Sarlo” era el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, quien había buscado en la reconocida escritora la posibilidad de fortalecer la prédica de su gestión a favor de la inoculación de las franjas más dubitativas de la población. Al igual que su colega correntino, el mandatario bonaerense también había accedido a darse la Sputnik cuando las mayorías se mantenían a la retranca.

Del mismo modo, el gobernador Valdés lidió con la mala leche de un puñado de adversarios que quiso transformar el accidente del ministro de Salud en una conjura internacional para desviar dosis hacía selectos escondrijos de vacunación clandestina. Las redes sociales explotaron con todo tipo de bulos en los que se tergiversaron los hechos al punto de presentar el caso como un crimen al mejor estilo Al Capone. Pero atención: nadie se atrevió a radicar una denuncia formal sobre el episodio y la marcha convocada para repudiarlo resultó un fracaso de convocatoria.

El hecho es que no había dobleces en la conducta del ministro. Al poco tiempo quedó claro que la tecnología de refrigeración utilizada en las conservadoras (que además son antigolpes) garantiza 18 grados bajo cero por al menos 60 horas y que el traslado de las dosis por parte del propio Cardozo, nada menos que jefe máximo de la Salud Pública provincial, no revestía riesgo alguno para la integridad de tan preciado suero. De hecho, horas después del incidente de la avenida Maipú, las 900 ampollas estuvieron en Goya para ser inyectadas a los adultos mayores en medio de un rebrote coronavírico que encendió las alarmas en la Capital del Surubí.

El usufructo político de los acontecimientos relacionados con el cataclismo viral es un fenómeno que se repite a escala planetaria. Las oposiciones tildan de insolventes a los oficialismos y viceversa, pero las discusiones terminan frente al veredicto de los hechos.

En la Argentina, por lo menos hasta el momento, la mala leche de los operadores mediáticos halla terreno fértil en el punto de que el Gobierno nacional fracasó en su anunciado plan de inundar los centros asistenciales con millones de vacunas. El punto es que faltan vacunas y que los acuerdos trazados por Alberto Fernández con Gamaleya, Astra Zéneca y Sinopharm no arrojaron los resultados previstos.

Hasta hoy solamente el 4 por ciento de la población argentina pudo vacunarse, contra un 26 por ciento de Chile y un 70 por ciento de Israel, que ayer permitió al público volver a las canchas de fútbol.

Consultado sobre las acciones a seguir para multiplicar exponencialmente el stock de dosis, el Presidente repite que los acuerdos están en marcha pero no proporciona definiciones. La desorientación oficial es admitida por el propio Kicillof, quien respondió hace pocas horas que “nadie sabe” cuándo y cómo llegarían los cargamentos comprometidos. Es decir, más pasto para los mala leche y más motivos para la mala sangre.

Publicado en diario El Litoral el domingo 14 de marzo




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